Hay una
antigua leyenda italiana que cuenta que en tiempo remoto la vid de esas tierras
no producía ningún fruto, convirtiéndose
en una planta inútil, completamente estéril. Es por ello que un día, un
campesino decidió arrancar las vides del campo al no obtener beneficio alguno de
ellas. Cortó todas y cada una de sus ramas, convirtiendo sus viñas en troncos
huérfanos, en muñones sin vida.
La vid, al
verse completamente desnuda comenzó a lamentarse con un sollozo desgarrador sin
que salieran lagrimas de ella. Entre lamentos la vid intuía su horrible final,
sin que ningún ser de la naturaleza la escuchara ni prestara atención, pues
todos estaban atentos a la melodía hermosa que al oscurecer provenía del canto
de un pajarillo, de un ruiseñor.
Observando al
ruiseñor, la vid pensó que si el hermoso pájaro la ayudara a llorar sus hojas
volverían a crecer, por lo que llamó la atención del pequeño pajarillo suplicándole
y pidiendo su ayuda. El ruiseñor, de corazón tierno e ingenuo como el de los
poetas, aceptó y se posó sobre la vid, clavando sus finas uñas en su corteza a
la vez que desgranaba su canto. Con su dulce melodía dejó a la naturaleza en
silencio haciendo que hasta las estrellas llorasen, y sorprendentemente la vid
comenzó a crecer con renovadas fuerzas, con más brazos, más hojas y más planta.
Cuando un día
el pajarillo revoloteaba cantando, la traicionera vid lo atrapó entre una de
sus ramas sin dejarle marchar hasta que murió junto a ella atado. Las
estrellas, mudos testigos de lo acontecido, convirtieron por conmiseración al
pequeño ruiseñor en un fruto: un fruto que embelesaría a todo aquel que lo
probara. Las estrellas convirtieron al pájaro en uva.
En el
municipio tinerfeño de Tegueste, la Villa
entre Viñedos, el sector vitivinícola local y la Asociación AVITEhan
comenzado un proyecto de divulgación y difusión a la sociedad canaria de lo que
hay tras una copa de vino, del trabajo silente que durante trescientos sesenta
y cinco días al año se realiza para que en el momento de la vendimia y
posteriormente en el instante del descorche podamos disfrutar de ese maravilloso
líquido que es el vino.
Viticultores
teguesteros que con su esfuerzo silencioso, su esmerado trabajo en comunión con
esa tierra, con el sol, con la lluvia, con
el frío, con insectos y pájaros como el
ruiseñor y su melodía, contribuyen a que algo tan nuestro, tan vinculado a
nuestras tradiciones y nuestra canareidad, que realiza una labor social, económica y
paisajística sin igual, se pueda mantener generación tras generación en
Canarias.
Mediante
rutas guiadas por ellos mismos entre sus propios viñedos, en un ambiente
distendido y espontáneo, mostrarán en esta experiencia quienes son realmente
las madres del vino, qué mecanismos participan en la futura creación de los
racimos de la vid y que conjunto de elementos harán posible que cada mes de
septiembre de cada año, la feliz vendimia llegue para dar paso a nuestros
excelentes vinos.
En estas
experiencias vitivinícolas, niños y mayores, mujeres y hombres, parejas o amigos
tendrán cabida para conocer el mundo de la vid a pie de campo y lo que hay
antes, durante y cuando nazca el vino. Podrán elegir sus propias parras,
prohijarlas y nombrarlas al adoptarlas para mes tras mes observar su evolución,
su carácter, sus penas, sus llantos y sus alegrías y comprobar como el silencio
se adueña durante estos meses del campo previo al alborozo y a la sonrisa que
ofrecerá cuando nazca a la vida en forma de vino.
Las madres
del vino. Su silencio. El mundo real de la viticultura.
Con afecto a
mi amigo Romeo Rodríguez. Canarias. Latitud de vida.
Alfonso J. López Torres
@AlfonsoJLT
Director Instituto
Canario Calidad Agroalimentaria (ICCA)