En el año 1906, los jóvenes viñedos de Aude en la
región francesa de Languedoc – Rosellón, producían más de ocho millones de
hectolitros. Pero las importaciones anárquicas y las prácticas fraudulentas en
el sector vitivinícola se suman a esta gran producción, conduciendo a la caída
de ventas de vino y como triste consecuencia, las vendimias de ese año no se
consiguen vender.
Este acontecimiento desencadena un proceso que tiene
su inicio cuando los pequeños viticultores se arruinan, los empleos generados
por el sector agrícola empiezan a desaparecer y la situación adquiere un efecto
dominó sobre toda la población, abocando a la quiebra a los comerciantes, a la
insolvencia a los trabajadores y extendiendo la miseria por toda la región.
El conflicto social, iniciado por todos los
viticultores del Mediodía francés, con manifestaciones y protestas va creciendo en
apoyos y virulencia, reuniendo en las revueltas de junio de 1907 más de un millón
de personas en Montpellier, derivando en la práctica en una insurrección,
llegando incluso a ser apoyada por el 17 Regimiento de Infantería Ligera de
Béziers, que no atiende las órdenes recibidas de cargar contra los rebeldes y que se pone de su lado.
Esta Rebelión
de los Viticultores (Révolte des
vignerons) que también se conoce en Francia como La Guerra del Vino (La
guerre du vin), tuvo como consecuencia que la Asamblea Nacional francesa
tomara medidas para evitar los engaños y trampas en la elaboración de vino. Lo
que mucha gente desconoce es que como resultado de estas demandas y de la
rebelión de los productores, se legisló para
evitar el fraude en el Vino y éstas Leyes fueron el origen de la creación de las
Denominaciones de Origen para un mejor control de la calidad de los vinos.
En estos días otra pequeña guerra del Vino ha tenido
lugar y ha sido la acontecida en la Isla de Tenerife. La crisis del vino
producida por la adquisición e importación de vino procedente de La Mancha por
una Bodega propiedad de una Sociedad Anónima mixta con participación pública –
privada, para elaborar vino de mesa mezclado o no con otro producido en la
Isla, aunque práctica legal a todos los efectos, ha sido el desencadenante de
otra rebelión, esta vez la de los viticultores y bodegueros canarios.
Debe ser la sociedad canaria en su conjunto la que
valore la ética, la estética e incluso la oportunidad de tal decisión
mercantil, legítima a todas luces. Y deben ser las autoridades competentes las
que sin hacer valoraciones políticas de la situación aclaren si ha sucedido
algo, que ha ocurrido si fuere así y cuales son las consecuencias si las hubiere.
Pero no podemos dejar de pensar, que una cosa es lo
que las normas obligan y otra muy distinta lo que las normas permiten. Las
normas no obligan a nadie a comprar vinos a granel y mezclarlos, aunque si lo
permiten. La norma permite en general y como máximo en Canarias que la acidez
volátil real de los vinos dispuestos
para el consumo no sea superior a 1,2 gr/litro expresada en ácido acético, pero
eso no quiere decir que el vino con tal acidez sea bueno. Aunque la norma
permita ese límite, el vino será mucho mejor si tiene 0,3 ó 0,4 gramos por
litro.
Aquí pasa lo mismo. O no.
“Viva el Vino Natural. Abajo el azúcar. Guerra a los estafadores. ¡Ay!
¡Ya no tenemos la ronda! ¡Pero, si es necesario, tengan cuidado con las patadas!. Nuestros barriles nos
servirán para las nuevas barricadas.” Serment des Vignerons. Marcelin
Albert, 1907.
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