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jueves, 29 de marzo de 2012

On 21:44 by PuertodeTazacorte in    3 comments

Había cumplido nueve años y aunque ya conocía el mar, sabía nadar y sobre su piel morena tostada estaba el brillo de la sal, nunca se había adentrado en el horizonte lejano en busca de peces. Pero aquel día todo cambió, su abuelo, un viejo lobo de mar ya retirado que aún conservaba las estrías y los callos en las manos de la faena de cuarenta años dedicada a sacar del mar el sustento familiar ya que era lo único que la vida le había enseñado, se lo llevó en una pequeña chalana recién pintada con olor a pintura nueva con matices barnizados que cuando se mezclan con el agua salada evocan a mil sabores mezclados en lo más primitivo de nuestro cerebro. Hay quien afirma que venimos del mar y  volveremos al mar.

Aquel día se había levantado soleado, aún quedaba en el mar el azul nocturno y los tonos se empezaban a mezclar para en pocas horas llegar casi al verde botella. El abuelo había preparado unos tambores, el objetivo eran unas morenas pero si entraba algo más bienvenido sería. Una vez que se echaron los tambores, el niño sólo era capaz de mirar al horizonte como si buscara en aquella línea del infinito un futuro lleno de aventuras, porque los niños nunca piensan en trabajar sólo en aventuras, y las aventuras sólo aventuras son.

Una vez echados los tambores y señalizados convenientemente, el abuelo, propuso al nieto adentrarse un poco más al mar, la calma se lo permitía. Poco a poco fueron viendo peces plateados, alguna tortuga y el atisbo de una aleta que no sabían si de tiburón, de delfín, o de pez espada. Todo esto adornado con el vuelo de alguna pardela lejana en continua lucha con alguna gaviota graznadora, de esas que tanto molestan. Se perdió la noción del tiempo, y a pesar de que la costa estaba cerca todo se envolvió en una niebla sin sentido. El abuelo comentó que ya era hora de volver, marinero como era, no era la primera vez que veía aquella niebla y poco a poco, sin saber muy bien cómo ni en que momento aproximado el niño se dio cuenta de que estaba solo en la barca, que era él quien remaba, y que ya no era un niño. Miró hacia la costa y ya no le pareció la misma que dejó atrás cuando salió con el abuelo. Extrañado fondeó el pequeño barco en aquel extraño muelle en que se había convertido desde que con nueve años salió por primera vez a pescar. ¡Adiós Juan! Buenos días, ¿traes mucho…? Eran las preguntas que le hacían desde la orilla, sin darse cuenta había vuelto a casa pero todo le sonaba extraño. Quizás aquel día las aventuras de Juan habían acabado. Los tambores quedaron olvidados en el sueño de aquel pescador antiguo que le había enseñado a atravesar la niebla pero no había podido evitar que no viviera su aventura porque a veces los sueños se quedan en tierra y en la primera visión de la línea del horizonte.


Quiero dedicar esta humilde aventura a los pescadores de mi pueblo para que puedan seguir atravesando la niebla y puedan vivir la aventura de la vida en estos tiempos inciertos.

JUAN SALVADOR PEREZ HERNANDEZ.

3 comentarios:

  1. Magnifico relato Juan Salvador... al leerlo me has hecho volver a esa época de nuestra juventud cuando el Puerto de Tazacorte era pescador y el mar era el sustento de todos nosotros... Mis padres no fueron pescadores, pero si tuve un abuelo que lo fue y puedo decirte que tuve la suerte de vivir una aventura en el mar con mi abuelo que no pasa un día de mi vida que la añore y reviva como la mas grande de las aventuras vividas en la mar..

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  2. Excelente relato Juan, respira mar por todos lados.


    Antonio Sánchez

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  3. Que recuerdos y vivencias me trae a la memoria éste tan logrado relato Juan... Aquel viejo muelle con sus arcos y su pequeño embarcadero encalado por las olas con sal... de niños corríamos desde las chabolas a recibir a los barquillos cuando llegaban del norte con pescado, todos eran únicos y diferentes;los reconociamos a lo lejos: El Mayor, El Progreso,El Chad,El Jalisco,El Mio,El Guanchinerfe,La Melva etc. etc. y las tres Falúas o Traiñas que eran La Jacinta, La Euripides y el malogrado Fausto. Gracias Juan por recordarme el olor a salitre y a churros del querido Manís.

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