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sábado, 3 de marzo de 2012

On 11:45 by Anónimo in ,    1 comment
El jesuita palmero Fernando López se baña en un río con un grupo de niños, en el Mato Grosso de Brasil.

Parecen hechos de una madera especial. Donde se encuentren, en plena selva amazónica o en una parroquia de barrio, en las universidades más prestigiosas o en una escuela prefabricada a las afueras de cualquier ciudad, los jesuitas representan una forma diferente de estar en el mundo. No por la voluntad de señalarse, sino como reflejo del compromiso que supone una vocación que les lleva a vivir permanentemente en la frontera, donde las seguridades se tambalean ante un mundo continuamente en cambio que plantea, de forma permanente, nuevos retos.

De ahí que su entorno natural sean lugares donde la mayoría no se atreve a llegar o, al menos, a hacerlo con el talante del que son capaces los descendientes de San Ignacio de Loyola, ese vasco aguerrido que creó la Compañía de Jesús en la primera mitad del siglo XVI , la orden religiosa que, al menos tras el Concilio Vaticano II, ha hecho el mayor esfuerzo por poner en hora a la institución eclesial, atenta como siempre ha estado a los signos de los tiempos.
Con una sólida preparación intelectual, “pobres pero instruidos”, como reza una de las máximas de su fundador, y una voluntad de entrega sin reservas al servicio del otro, especialmente de los que peor lo están pasando, los jesuitas, desde diferentes frentes, tratan de realizar ese inmenso reto que fijaron en uno de sus cónclaves más trascendentes, la Congregación General XXXII (1975), que fue “el servicio de la fe y la promoción de la justicia”, liderado por el máximo responsable de la orden entonces y una de las figuras más decisivas en la historia de la Compañía, Pedro Arrupe.

Cinco años después, en 1980, entraban en el noviciado de la Compañía de Jesús en Sevilla los dos primeros palmeros, pioneros de una generación que en una década llevó a la incorporación de hasta catorce jóvenes en la orden religiosa, de los que siete, la mitad, han perdurado hasta este momento. Puede aparentar que no es una cifra muy alta, pero que una isla con 80.000 habitantes, donde la presencia de los jesuitas ha sido nula, salvo algún precedente muy remoto, es un número que rompe por encima todas las estadísticas.
Una media que también se rompe desde el punto de vista cualitativo, porque aunque se trate de un valor más difícil de medir, conocerlos lleva directamente a reconocer que La Palma ha dado a la Compañía de Jesús una pequeña colección de seres extraordinarios que están dejando su fruto en las diferentes misiones que desempeñan a lo largo del mundo, siguiendo aquella máxima ignaciana de “en todo amar y servir”.

Lo habitual es que las vocaciones crezcan donde están presentes los jesuitas. Pero tanto en La Palma como en el conjunto de las islas occidentales, quitando relevantes figuras históricas como José de Anchieta o José de Arce y Rojas, o sucesos como el de los Mártires de Tazacorte, su presencia ha sido casi nula.

Causa

La clave de esta generación se encuentra en la parroquia a la que pertenecían, San Francisco, y la figura de Juan Dionisio Pérez Álvarez (Breña Alta, 1931-Santa Cruz de La Palma, 1996), párroco de este templo por esa época y un gran enamorado de la Compañía de Jesús.

El jesuita Elías López (Santa Cruz de La Palma, 1963) pertenece a esa generación y este año se encuentra en La Palma cuidando a sus padres. Una familia muy excepcional, porque de los cinco hijos que tienen, tres están en la orden. Además de Elías, se encuentran Lucas y Fernando López, el primero de ellos vive en Las Palmas y es en la actualidad director de Radio Ecca y el segundo trabaja en equipos itinerantes en la Amazonía, en la defensa de los pueblos indígenas.
Elías López, que además de sacerdote jesuita, es psicólogo y doctor en Teología, asegura que la figura de don Juan fue “determinante” para su generación. “La Palma era un caldo de cultivo natural para las vocaciones. La vida alrededor de la parroquia tenía mucho peso y nuestro párroco tenía una dedicación increíble; la gente sabía que su casa estaba abierta continuamente y el ambiente por entonces era muy religioso”.

El primero en ingresar en la Compañía de Jesús de los hermanos López Pérez fue Lucas, en 1981. Ese mismo verano -recuerda Elías- “me ofrecieron ir a una convivencia vocacional en Aracena (Huelva). Yo acababa de terminar COU y me interesó porque el próximo curso iba a estudiar en Sevilla Bellas Artes, no porque pensara tener vocación”.

Sin embargo fue en esa semana cuando rebrotó “un tema vocacional que estaba ahí desde pequeño”, pero que se había apagado “cuando llegó el momento de las chavalitas, de salir en pandilla, en 2º de BUP”. “A mis padres, los pobres, les resultó chocante, porque yo no tenía en absoluto el perfil”.

Y así entró en el noviciado en Sevilla, para luego realizar la larga etapa formativa, que le llevó primero a diplomarse en Filosofía y después a licenciarse en Psicología. Cuando llegó a la Teología, tras superar los tres primeros cursos, pudo realizar uno de sus deseos, que era colaborar en África. En Tanzania trabajó en una radio comunitaria con refugiados que venían del genocidio de Ruanda de 1994. Una radio que “fue cerrada por los militares tanzanos por ser crítica con la repatriación que se hizo contra el Derecho Internacional”. Cuando pensaba terminar los estudios de Teología en Nairobi, la Compañía lo manda a Bélgica.

De allí regresó nuevamente a Tanzania más de dos años para trabajar en el Servicio Jesuita a Refugiados.

Tras esa etapa regresa a Bélgica para hacer un máster en Ciencias Políticas sobre la transformación de conflictos y la tesis doctoral sobre este tema pero desde la perspectiva del perdón cristiano. Tras esa última etapa de formación, los últimos cuatro años los ha pasado en Roma como asistente del director internacional del Servicio Jesuita a Refugiados. Un vida intensa la de Elías López, como la de sus hermanos Lucas, que vivió muchos años en los barrios gitanos de Granada y Almería, y Fernando, que simbólicamente se ordenó sacerdote en un basurero de Asunción (Paraguay) y se la jugó defendiendo a los niños de la calle en Brasil, como hace hoy en día con los indígenas de la selva amenazados por un supuesto progreso.

Mucho más

La biografía de cada uno de los jesuitas palmeros daría para llenar muchas páginas. La labor de Óscar Martín al frente del movimiento solidario de Fe y Alegría en Paraguay; David Hernández Correa, también en Paraguay, atendiendo a los presos de la cárcel de Tacambú o Fernando Arrocha, con su gran sensibilidad acompañando los diversos procesos espirituales en Málaga. Con una tarea quizá más gris, pero cargada de responsabilidad, se encuentra el jesuita palmero Francisco José Ruiz Pérez, que fue nombrado en 2010 provincial de los jesuitas en España. Bajo su responsabilidad se encuentran los 1.385 jesuitas que hay en este país; las 40 parroquias que tienen encomendadas; los 67.000 alumnos que estudian en los 68 colegios y los más de 50.000 que se forman en las dos universidades españolas de los jesuitas, Deusto y Comillas.


David Sanz |diariodeavisos.com

1 comentario:

  1. Juan salvador perez hernandez5 de marzo de 2012, 12:44

    Cuanto bien hizo D.Juan en aquellos años, desde luego
    una de las mejores personas que conocí,ojala muchos siguieran su ejemplo y me alegro de que los jesuitas sigan ahí al pie del cañón a pesar que desde la misma iglesia muchas veces hayan querido que desaparezcan.

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